domingo, 5 de diciembre de 2010

Escribir o no escribir. He allí la cuestión.

Nada más trillado que un escritor hablando de sus diferencias con la página en blanco. Peor que eso, un seudo escritor que se da golpes de pecho porque la musa lo ha abandonado.

La escritura está sobrevalorada y el ego del escritor también.

Escribir no es un arte. Leer lo es. Es por eso que solo pocos pueden escribir lo que realmente pretenden y no una sarta de sandeces perdidas, alienadas en un intento fallido de comprimir un montón de imágines que ni ellos mismos pueden ver nítidamente.

Ya sea que teclees, rayes, dibujes, las palabras fluirán de acuerdo a su propio peso sobre el río de la página, en un vaivén único, donde cada una se sumerge en tiempos distintos pero siempre armoniosos. No se puede forzar a la palabra a bracear en aguas tumultuosas; ella, única e irremplazable, lo hará sola a su ritmo, en su tempo, nunca en el tuyo.

Para escribir hay que beber de la lectura, se adicta a ella y su desabrido sabor. Mientras más antigua, la palabra se hace más áspera, densa y de cada sílaba se extirpa un goteo diferenciable de sabor.

La música del vino o el sabor de la uva rancia en las notas, es eso lo que crea armonía y ésta no es más que la clave delusoria del conflicto escritor-página en blanco. Sin musas. Sin magia. Paciencia.

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