jueves, 30 de octubre de 2008

Satisfactoria infelicidad

Charles Bukowski escribió una vez en alguno de sus libros lo siguiente: “Nadie es feliz y quien finge serlo lo hace porque está avergonzado y asustado y no tiene el valor de admitir que es un desgraciado”. Una frase fría, limpia –o más bien sucia- cuya reflexión nos produce, por lo menos, una sonrisa: vivimos rodeados de esquivos mentirosos, desviadores de la realidad y, en ocasiones, nos topamos con uno en el espejo al despertar, mientras nos devuelve una sonrisa timada de la fantasía.
No somos lo que hacemos creer que somos, pues detrás de cada guiño almidonado con “felicidad” se esconden disyuntivas existenciales de las cuales nadie puede escapar. Estamos cansados de escuchar que la felicidad no es un punto de llega sino estaciones en el viaje; en lo personal, creo que “la felicidad” dura una parada a echar gasolina mientras te persiguen. Pasas mas tiempo en la carretera devastadora que en la parada descansando, respirando. El tiempo juega en contra y se supone que debemos estar agradecidos por los 4 minutos y medio que duró el descanso de la tortura. ¿Somos mal agradecidos cuando deseamos más? Es imposible no aludir a la filosofía católico-cristiana en este punto; a casi todos –por no decir todos y generalizar desinhibida como una omnipotente- nos restregaron el conciente con la idea de “estar agradecidos con lo que Dios nos da”. No creo que en realidad se deba circundar una discusión de si existe o no Dios y el por qué de las desgracias. El punto que es que las desgracias están y nadie escapa de ellas.
Caracas parece ser la colmena de las desdichas y nos culpo a nosotros mismo. Vivimos bajo un ritmo tan acelerado que no nos damos el chance de respirar. En un Bum del corazón nos jalamos la mañana, otro Bum y la tarde nos da la espalda, al siguiente la madrugada nos abre sus ojos naranjas. Así pasa la semana, así llegamos al jueves sintiendo que nos saltamos el miércoles y que nunca fue martes. No recordamos las horas pero la infelicidad en las manos es imposible de olvidar.
Entonces me levanto y decido ser valiente, dejar bajo las sábanas las máscaras, vestirme de verdad y salir a la calle sin una sonrisa, con lágrimas en los ojos y palabrotas en mis labios, porque no soy feliz, porque me cansé de respirar solo 4 minutos y medio para luego aguantar la respiración por horas –días y semanas incluso-, sentir que me ahogo y que rodeada de la multitud estoy sola conmigo misma: en el metro en la hora pico, en El Patio con los de la universidad, en clase mientras leo a Crespo. Y se trasmuta Bukowski del papel y tinta a la vida, a la calle, a lo que me es cotidiano. Sonrío, me burlo de las falsedades de los demás, de la injuria a la sinceridad, la ruptura del subconsciente, los chistes entre las cervezas, las risas en medio de una canción, la disfrazada conformidad de los que me rodean para con esta vida. Sonrío un poco más desde mi miseria mientras quito de mis ojos las limpias vendas de la fantasía y los abro a la suciedad, regocijándome en la ridicularización de mis otros, de mis cercanos mentirosos; ahora, sin pensarlo, escapa sonora una carcajada ¿felicidad?

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